martes, julio 31, 2007




Sobre la música como experiencia estética
Por Juan Bautista Libano

Siempre me pareció que al hombre de la calle puede parecerle ocioso considerar la manera cómo percibe el mundo que lo rodea. Está tan familiarizado con ese “mundo real” y con los objetos que contiene, que no se le ocurriría que hay alguna necesidad de preguntarse por qué el mundo se nos presenta de tal modo. Yo nunca llegué a familiarizarme del todo con lo que me rodea y desde temprana edad se me despertó la necesidad de hacer un esfuerzo sistemático por develar el eterno enigma que hostiga sin cesar la insaciable curiosidad del hombre. Como afirma Manuel García Morente estás cuestiones son la vida misma que aparece comprometida en la pregunta y arriesgada en la respuesta. Con el tiempo me di cuenta que había elegido un buen camino desde el comienzo. Todas esas preguntas que nacían de mi asombro frente a la totalidad del ente hacían que me sorprenda, y como dice Adolfo P. Carpio eso lleva a una pregunta por lo que ocasiona la sorpresa y la pregunta despierta una búsqueda del conocimiento.
Pero cuando me emprendí mi búsqueda en la juventud sentía que todos los sistemas de verdad eran precarios como lo sostenía Jeffrey Burton Russell en su libro sobre el diablo y el principio del mal, advertía que estaban sujetos a juicio, a cambios o rechazos. Las percepciones de la realidad se me presentaban como múltiples y entonces la música despertó en mí una visión del mundo rica y amplia. Había descubierto lo que dice Schopenhauer cuando sostiene que la melodía es lo único que presenta desde el principio al final una línea continuada con sentido e intención. Me di cuenta entonces que penetrar en las riquezas de la expresión musical es adentrarse en la esencia de lo humano, porque dondequiera que aparezca el hombre y se tengan noticias acerca de su existencia, su actividad específica está caracterizada por la presencia de dos elementos expresivos: la palabra y la música[1]. Fue así que seducido por lo que en ese momento significaba una forma de expresarme y de manifestarme en el mundo estudié música y a través de ella pretendí establecer una proximidad con lo real, y exponer actitudes, un arte de vivir y un estilo. Lejos de considerarla como teoría abstracta o exégesis tediosa la música comenzó a ser en mí, a través de mi primer género explorado: el rock, una estética de la existencia. Mostraba maneras de vivir, modos de obrar y técnicas de entelequia. La conversión pagana que proponía el rock apuntaba a desafiar el orden de la vida cotidiana.
Fue así que entregado a la pasión, sentí que la música me arrebataba, pude evadir mi asfixiante individualidad, ese encierro del yo que nos condena a nuestra propia y solitaria muerte. La expresión musical comunicada produce en el oyente sensaciones y estados espirituales similares a los que le dieron nacimiento. Por eso la música puede elevar el alma hasta las más altas contemplaciones, o abatirla en las tinieblas de las pasiones interiores.
Fue ésa mi primera experiencia estética, mi manera de expresarme y de encontrar la obra de arte en los sonidos y en la música. Este lenguaje que había descubierto estaba en el mundo y se manifestaba en él. Podía saber de que significaba afirmar que “la música puede ser comparada con una lengua universal, cuya cualidad y elocuencia supera con mucho a todos los idiomas e la tierra”[2]. Entonces descubrí un camino que tenía que ver con la universalidad y con la filosofía misma. Leí a Nietzsche, y comprendí por qué al caracterizar al filósofo como artista, como generador de poiesis, indica que no existe un cerco delimitador del plano filosófico y el artístico. Obviamente nos está indicando que el pensamiento se constituye como interpretación y que los límites de las disciplinas son arbitrarios. Estaba en un terreno estético y artístico, quería seguir los consejos de Kandinsky, cuando propone una serie de ideas con el fin de “componer transgrediendo el límite de las artes particulares”: “el arte como todo”[3].
Avanzado en mis estudios supe que la enseñanza de la música constituye un elemento inapreciable para la formación cultural. Entonces sentí la necesidad de componer. Alejandro Dolina sostiene que la literatura romántica postula la proximidad y aun la identidad entre el artita y su obra. De este modo, los poemas, las novelas y los cuentos son también el escritor, o al menos un mapa secreto de su alma. Por eso sostiene que es inevitable simpatizar con esta idea, que parece establecer el requisito de sinceridad en cuestiones estéticas. La música refleja eso, el músico deja señales de su presencia vida en la obra. Mis creaciones eran señales que quería dejar para la posteridad. Para Schelling, en la obra de arte se produce la captación, por la belleza y a través de una intuición intelectual, de lo infinito que se expresa de un modo finito, ese pasó a ser el propósito de mis obras. Entonces conciente del idealismo encontré a Hegel, y comprendí por qué la estética representa para él un momento de conciliación entre la idea y la naturaleza, que es lo bello artístico, al que también llama «ideal», o manifestación sensible de la idea; la estética es la consideración filosófica de las bellas artes.
Recorrer los distintos estilos musicales me permitió entender como la exteriorización más espontánea del hombre se manifiesta bajo el aspecto rítmico. Carlos D. Fregtman sostiene que el sentido humano del ritmo es una disposición intuitiva, a través de la cual agrupamos ciertas impresiones sensoriales recurrentes, vividas y precisas. Este proceso se fundamenta en la capacidad subjetiva de reagrupar latidos en estructuras con absoluta y perfecta precisión células rítmicas. Dependemos del ritmo para pensar, sentir, movernos o actuar en forma eficaz y fluida, así como para percibir adecuadamente los estímulos exteriores y reaccionar ante ellos. El ritmo, la música, el silencio, dimensiones que se complementaban para dar espacio a nuevos mundo. En toda composición musical es importante manejar los silencios. Cada figura, es decir, cada signo que representa gráficamente una nota determinado por sus diferentes formas el valor de duración de éstas, puede ser sustituida, cuando hay ausencia de sonido, por otros signos llamados silencios. Jugar con los silencios era una experiencia estética y metafísica, me hacía pensar en Borges cuando sostenía que el silencio y la quietud miden el tiempo de los muertos. Descubrí cuando conocí a John Cage, con quien parece borrarse toda frontera entre el arte gráfico y las partituras, los silencios como un elemento musical y pude experimentar los sonidos como una entidad dependiente del tiempo. Aprendí a leer partituras, a interpretar dibujos y gráficos de manera musical Entonces descubrí que ciertas partituras me permitían reconocer el decrecimiento de formas concretas y aisladas. Pude apreciar la música en referencia a la notación, a la partitura de la obra, y pude experimentar que eso es disfrutar de una manera muy distinta de la obra cómo se nos ofrece la misma en el placer al escucharla. Ese degustar la música me ofrecía un placer de distinto orden que implicaba diversas facultades de la mente. Entonces comprendí que la música literalmente está también en la notación.
Puedo decir que exploré varios horizontes y descubrí, en cada uno, supuestos metafísicos inexplicables. Llegue a sentir como el sonido se iguala con la conciencia universal, la estructura del universo y el proceso cósmico de la creación en una sola melodía. Llegue a sentir una verdadera experiencia estética.


[1] Waldemar, Axel Roldan, Cultura Musical, Editorial Troquel, Bs. As. 1972
[2] Arthur Shopenhauer, “El mundo como voluntad y representación”, Ed. Porrúa, México, 1998. pp203
[3] Kandinsky, V., “Punto y linea sobre el plano” Ed. Paidos, España, 1996. pp 30-33