martes, diciembre 10, 2019


No ser Dios y vencer al tiempo.
Una reflexión sobre el eterno retorno en Nietzsche
Por Juan Bautista Libano



La reflexión acerca del tiempo constituye, sin lugar a duda, uno de los hilos conductores de la historia de la filosofía. A lo largo de esa historia, su propio significado ha sufrido numerosas variaciones[1]. Es fácil entender entonces que se hace imposible proporcionar una única definición o un único concepto del tiempo. Sin embargo, una consideración de tipo histórico nos conduce a pensar que siempre se ha pretendido entenderlo, descifrarlo o comprenderlo; es decir, siempre constituyó un problema no del todo resuelto. En definitiva, el hombre ha cargado con la misión de resolver la incógnita de lo eso que se percibe como el “tiempo”.
En Nietzsche, el problema del tiempo se presenta desarrollado bajo la idea del “eterno retorno”. Y justamente, el tema del eterno retorno, según él proprio Nietzsche, constituye su pensamiento más profundo. Una primera aproximación revela que se trata del pensamiento más difícil de captar en la obra de Nietzsche. Una lectura más profunda nos muestra que el tratamiento de este tema parece ser bastante ambiguo. Así, repasando minuciosamente la obra, queda la sensación de estar frente una obra inconclusa. ¿Será que la idea del eterno retorno es más bien aludida que realmente desarrollada?
Es probable que tal ambigua alusión sea la clave para entender el significado que Nietzsche le quiso dar a su idea.  Recordemos que no parece haber sido la intensión del autor, al menos en Así habló Zaratustra, dirigirse a otros con respecto a ese punto. Porque, pensando la obra como una totalidad, puede interpretarse que del suprehombre habla Zaratustra a todos; de la muerte de Dios y de la voluntad de poder, a pocos; y del eterno retorno no habla propiamente más que a sí mismo[2]. Pero ¿qué revela esa falta de profundidad, esa vaga alusión ambigua? ¿A qué se debe tal misterio justamente en su idea fundamental? 
Repasemos las interpretaciones tradicionales que explican el eterno retorno. En algún punto Nietzsche parece presentar una doctrina física o “cosmológica”. Es decir, si la cantidad de fuerza total es limitada (no infinita), y el número de estados, cambios, combinaciones y desarrollos es muy grande, pero definitivo, siendo el tiempo infinito, han tenido lugar ya todos los desarrollos posibles, de modo que “este momento” tiene que ser repetición; toda combinación posible tiene que haberse realizado ya un número infinito de veces[3].
Esta interpretación se desprende de La voluntad de poder, obra de Nietzsche en la que podemos leer:

… Ha existido una cantidad infinita de estados energéticos, pero no de estados diferentes hasta el infinito: esto supondría una energía indefinida. La energía sólo tiene un «número» de cualidades posible… (Fragmentos, p. 7.)
… ¿Qué precepto y cuál creencia expresan mejor la revolución desencadenada por el triunfo del espíritu científico sobre el espíritu religioso inventor de dioses? Nosotros insistimos en el hecho de que el universo, en tanto que fuerza, no puede ser imaginado como ilimitado -nosotros nos prohibimos el concepto de una fuerza infinita, por inconciliable con el concepto de «fuerza»… (Voluntad de Poder, libro II, § 310.)
…Concebidas como siempre nuevas, hasta el infinito, las mutaciones o los estados de una energía determinada representan una contradicción, para toda magnitud o economía en el cambio que se le suponga, si esta energía es eterna. Deberíamos sacar estas conclusiones: 1. O bien que su actividad empezó en un momento determinado y que terminará en otro -pero un comienzo en la actividad es absurdo, pues si la energía se encontrase en equilibrio, ¡ella permanecería en ese estado perpetuamente! 2. O bien que no sufre cambios siempre nuevos, hasta el infinito, sino que la sucesión cíclica de un determinado número de tales cambios se desarrolla repitiéndose sin fin: la actividad es eterna, pero el número de las cosas producidas y de los estados energéticos es finito... (Fragmentos.)

Pero, por otro lado, la doctrina del eterno retorno parece tener, asimismo (según algunos intérpretes, sobre todo y hasta exclusivamente), un sentido “ético”. Así entendida, es el sí trágico y dionisíaco a la vida pronunciado por el propio mundo, unido por supuesto a la noción del amor fati. Esta doctrina moral supone una importante reflexión sobre el tiempo que Nietzsche expone de forma metafórica. Contra el sentimiento de un tiempo destructor y aniquilador (representado Así habló Zaratustra por un enano o «espíritu de la pesadez») de las potencialidades de la voluntad de poder, Nietzsche reivindica la destrucción del sentido trascendente del tiempo lineal judeocristiano (un tiempo orientado hacia un fin que trasciende cada uno de sus momentos). Esto supone una crítica profunda de la oposición habitual entre pasado y futuro: el instante no es un simple tránsito desde un pasado hacia el futuro, sino que en él mismo se muestra el tiempo eterno[4].
En La gaya ciencia Nietzsche plantea por primera vez la doctrina del eterno retorno de esta manera:

Vamos a suponer que cierto día o cierta noche, un demonio se introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: «Esta vida, tal como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aun innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de tu vida. Además, todo se repetirá en el mismo orden y sucesión... y hasta esta araña y este claro de luna entre los árboles y lo mismo este instante y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta siempre de nuevo, y tú con él, corpúsculo de polvo». ¿No te echarías al suelo, rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que así te hablase? O puede que hayas tenido alguna vez la vivencia de un instante prodigioso en el que responderías: «¡tú eres un dios y nunca oí nada más divino!». Si aquel pensamiento llegase a apoderarse de ti, te trasformaría como tú eres y acaso te aplastaría. Se impondría como la carga más pesada en todo tu obrar la pregunta a cada cosa y a cada paso: «¿quieres que se repita esto otra vez y aun innumerables veces?». O ¿cómo tendrías tú que ser bueno para ti mismo y para la vida, no aspirando a nada más que a confirmar y sellar esto mismo eternamente?[5]

Este pensamiento parece que Nietzsche lo expone, nuevamente, en Así habló Zaratustra, de manera metafórica. Así en el capítulo titulado De la visión y el enigma, Zaratustra tiene una visión en la que aparece la figura de un pastor atenazado por una serpiente, y ante cuya situación el mismo Zaratustra le conmina a morder la cabeza de la serpiente. El pastor está aterrorizado y paralizado por el asco, pero cuando finalmente corta la cabeza de la serpiente con sus propios dientes se libra de la opresión. Esta imagen representa la liberación del aspecto opresivo del tiempo; y la decisión de morder la serpiente es la representación de afrontar valientemente lo vital. La repetición de lo mismo, si es realmente de lo mismo es lo equivalente a afirmar que no se repite, pues en la repetición lo mismo no sería lo mismo. Por ello significa que cada instante es único, pero eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia. Es por esto que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino prescriptiva: el eterno retorno debe instituirse por medio de una decisión humana para que realmente cada momento posea todo su sentido. El resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y asumirla plenamente es aceptar que todo lo que fue, fue porque así lo hemos querido, es decir, querer el eterno retorno[6].
Entonces, resumiendo, parece que podemos diferenciar dos interpretaciones claramente distintas. La primera se sustenta en argumento que se expresa casi de forma matemática: dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, el modo de combinarse dicha fuerza para dar lugar a las cosas que podemos experimentar es finito. Pero una combinación finita en un tiempo infinito está condenada a repetirse de modo infinito. Luego todo se ha de dar no una ni muchas sino infinitas veces. La segunda, sin embargo, entiende la tesis nietzscheana del eterno retorno como la expresión de la máxima reivindicación de la vida, como una hipótesis necesaria para la reivindicación radical de la vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca (lo cual haría imposible la aparición de otros instantes, de otros sucesos) sino porque se repite sin fin.
A mi modo de ver estas interpretaciones se encaminan a lo que Nietzsche quiso aludir con su idea fundamental del eterno retorno, pero en algún punto pierden el rumbo y concluyen en argumentos que no coinciden con la propia filosofía del autor.
Por un lado, creo que Nietzsche jamás estaría de acuerdo con presentar una “verdad” que revele los secretos del tiempo, al estilo de una verdad científica. Por otro, creo que tampoco predicaría moral, o enseñaría a vivir bajo un tiempo supuestamente eterno. Aún imaginado que se trata de una “formula” personal para vivir plenamente cada instante es ridícula en Nietzsche –más bien así presentada parece ser un imperativo categórico Kantiano-.   
Si Nietzsche se refiere al tiempo en su obra La voluntad de poder en los términos que lo hace es porque juega con la insolencia y la desenvoltura. Insolencia porque no debemos olvidar que cuando escribe la obra la filosofía estaba, si no en pleno kantismo, al menos en plena eclosión del neokantismo. Y la idea de que el tiempo y el espacio no son formas del conocimiento y son, por el contrario, algo así como rocas primordiales sobre las cuales viene a fijarse el conocimiento, era una idea absolutamente inadmisible.
Además, Nietzsche parece burlarse también del sentido trascendente del tiempo lineal. Porque, suponiendo el tiempo infinito, encontramos que la cantidad de fuerza total es limitada (no infinita), y el número de cambios, combinaciones y desarrollos es muy grande, pero definido. Entonces se vuelve imposible pensar el tiempo en forma lineal, porque siendo el tiempo infinito han tenido lugar ya todos los desarrollos posibles, de modo que todo tiene que ser una repetición. 
Pero Nietzsche tampoco afirma la circularidad del tiempo. El enano del Zaratustra nos dice que: “…todas las cosas derechas mienten. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo…”[7]. La circularidad implica el hastío, la parálisis. Zaratustra tampoco acepta la mera concepción cíclica del tiempo.
Retomo ahora mi punto de partida. ¿A qué alude con el eterno retorno? ¿Por qué tanto misterio justamente en su idea fundamental?
Es claro que el eterno retorno es el fin de toda finalidad trascendente. Pero es mucho más que eso, es la posibilidad del superhombre. En la tercera parte de Así habló Zaratustra, tras la predicación de la doctrina en la plaza -con el tema fundamental del superhombre- y tras el anuncio de la doctrina a los compañeros -que tiene como contenido la muerte Dios y la voluntad de poder-, Zaratustra está en camino hacia su caverna de la montaña, en camino hacia su última y suprema soledad, en la que se enfrenta a su pensamiento más profundo –el eterno retorno- que significa su última trasformación. [8]. 
La última transformación tiene lugar cuando nos alejamos o superamos el problema del tiempo. Es claro que siempre se ha pretendido entender al tiempo, descifrarlo o comprenderlo; es decir, siempre constituyó un problema no del todo resuelto. El hombre ha cargado con la misión de resolver esa incógnita siempre. De vivir en él o con él. Al hombre le pesa el tiempo. El superhombre, en cambio, es aquel que no le interesa para nada el tiempo entendido de esa manera, aquel que lo percibe y sigue adelante sabiendo que tal vez siempre sea una incógnita, un tormento, un sin sentido. Frente al tiempo aparece inevitablemente el nihilismo absoluto.
Nos dice Nietzsche:   

No se abandona una posición extrema por una posición moderada sino por otra igualmente extrema, pero contraria. Y así es como la creencia en la inmortalidad absoluta de la naturaleza, en su falta de sentido y de fin, se apodera de nosotros como una pasión psicológicamente necesaria, cuando ya no puede mantenerse la creencia en Dios y en un orden esencialmente moral del universo. El nihilismo aparece entonces, pero no porque la desgana por la vida sea mayor que antes, sino porque nos hemos vuelto desconfiados hacia todo tipo de «sentido» atribuido al mal e incluso a la existencia. Una interpretación entre otras ha naufragado, pero como se creyó que era la única interpretación posible, parece que la existencia ya no tenga sentido, que todo sea en vano.
Queda por demostrar que este «todo es en vano» caracteriza al nihilismo actual. La desconfianza respecto a nuestros antiguos juicios de valor llega a plantear esa pregunta: ¿Todos los «valores» no serían medios de seducción destinados a prolongar la comedia sin llegar nunca al desenlace? Si es verdad que «todo es en vano», si no hay objetivo ni fin, la duración se convierte en el pensamiento más paralizador, sobre todo si uno se siente engañado y sin la fuerza necesaria para no dejarse engañar.
Consideremos ese pensamiento en su forma más temible: la existencia tal como es, sin sentido ni finalidad, pero inevitablemente retornando sobre sí, sin desembocar en la nada: el Eterno Retorno[9].

El superhombre es aquel que, de concebir al tiempo, lo hace bajo la fórmula del eterno retorno. Porque en él se vislumbra la sensibilidad absurda. Negando toda metafísica (porque se distancia de Kant y no admite la contradicción de un tiempo lineal) el tiempo no representa en él una carga ni un problema. Y así, en el peor de los casos, frente a la desesperante y tétrica pesadilla de la repetición que encierra el eterno retornar, lo asume de forma desafiante, lo quiere. Los que saben vivir aún cuando nada tiene sentido son los que verdaderamente pasaran al otro lado. No siendo Dios logra vencer a su peor enemigo. Y cuando un diablo se haga presente portando la idea ineludible, lo mirará y replicará sarcásticamente: “¡Eres un Dios y nunca escuché nada más divino!”. Dará media vuelta y continuará su vida como si nada.  



[1] La determinación de la naturaleza del tiempo (su estatus ontológico, sus propiedades, su relación con el espacio, su cognoscibilidad, etc.), es, sin duda, uno de los núcleos centrales de todo el pensamiento filosófico, e incluso se puede afirmar que toda la ontología clásica ha sido, en su propia esencia, una filosofía del tiempo. Por otra parte, en la medida en que la reflexión sobre el tiempo es también uno de los elementos fundamentales de la ciencia, la concepción que se tenga de él aparece como uno de los nexos básicos de unión entre el pensamiento filosófico y el científico.

[2] Esto significa, claro está, una jerarquía de sus ideas fundamentales.
[3] Vale aclarar que hay acuerdo en que el “eterno retorno de lo mismo” no significa, al modo de las antiguas cosmologías que predicaban la doctrina del gran año, la repetición de las cosas individuales, aunque en  La voluntad de poder formula Nietzsche su tesis como si se tratase de una doctrina cosmológica.
[4] Pero esto tampoco supone afirmar la circularidad del tiempo, como acaba confesando el enano del Zaratustra: “…todas las cosas derechas mienten. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo…”, ya que dicha circularidad, sin más, implica el hastío y la parálisis, en la medida en que tiende a la plena determinación (ya que todo cuanto sucede debe volver a suceder). Por ello, Zaratustra tampoco acepta la mera concepción cíclica del tiempo, que todavía se basa en categorías de análisis tomadas del transcurso temporal fragmentador. El eterno retorno es el fin de toda finalidad trascendente: tanto de un fin en sentido escatológico -como el predicado por las religiones que hablan de un juicio final-, como del fin de una conflagración universal al final del ciclo del gran año.

[5] Friedrich Nietzsche, El Gay Saber, Narcea, Madrid 1973, p. 344-5.

[6] Desde esta perspectiva, la concepción nietzscheana del eterno retorno ha sido considerada por Gilles Deleuze como la base para la plena inversión del platonismo.

[7] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2009, p. 226.

[8] Eugen Fink, La Filosofía de Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid, 1976, p. 98
[9] Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, Península, Barcelona 1973, p.157-162.