No ser Dios y vencer al tiempo.
Una reflexión sobre el eterno retorno en Nietzsche
Por Juan Bautista Libano
La reflexión acerca del tiempo
constituye, sin lugar a duda, uno de los hilos conductores de la historia de la
filosofía. A lo largo de esa historia, su propio significado ha sufrido
numerosas variaciones[1]. Es
fácil entender entonces que se hace imposible proporcionar una única definición
o un único concepto del tiempo. Sin embargo, una consideración de tipo histórico
nos conduce a pensar que siempre se ha pretendido entenderlo, descifrarlo o
comprenderlo; es decir, siempre constituyó un problema no del todo resuelto. En
definitiva, el hombre ha cargado con la misión de resolver la incógnita de lo eso
que se percibe como el “tiempo”.
En Nietzsche, el problema del tiempo
se presenta desarrollado bajo la idea del “eterno retorno”. Y justamente, el
tema del eterno retorno, según él proprio Nietzsche, constituye su pensamiento más
profundo. Una primera aproximación revela que se trata del pensamiento más
difícil de captar en la obra de Nietzsche. Una lectura más profunda nos muestra
que el tratamiento de este tema parece ser bastante ambiguo. Así, repasando
minuciosamente la obra, queda la sensación de estar frente una obra inconclusa.
¿Será que la idea del eterno retorno es más bien aludida que realmente
desarrollada?
Es probable que tal ambigua alusión
sea la clave para entender el significado que Nietzsche le quiso dar a su
idea. Recordemos que no parece haber
sido la intensión del autor, al menos en Así
habló Zaratustra, dirigirse a otros con respecto a ese punto. Porque,
pensando la obra como una totalidad, puede interpretarse que del suprehombre
habla Zaratustra a todos; de la muerte de Dios y de la voluntad de poder, a
pocos; y del eterno retorno no habla propiamente más que a sí mismo[2]. Pero
¿qué revela esa falta de profundidad, esa vaga alusión ambigua? ¿A qué se debe
tal misterio justamente en su idea fundamental?
Repasemos las interpretaciones
tradicionales que explican el eterno retorno. En algún punto Nietzsche parece
presentar una doctrina física o “cosmológica”. Es decir, si la cantidad de
fuerza total es limitada (no infinita), y el número de estados, cambios,
combinaciones y desarrollos es muy grande, pero definitivo, siendo el tiempo
infinito, han tenido lugar ya todos los desarrollos posibles, de modo que “este
momento” tiene que ser repetición; toda combinación posible tiene que haberse
realizado ya un número infinito de veces[3].
Esta interpretación se desprende de La voluntad de poder, obra de Nietzsche
en la que podemos leer:
… Ha existido una cantidad infinita de estados energéticos,
pero no de estados diferentes hasta el infinito: esto supondría una energía
indefinida. La energía sólo tiene un «número» de cualidades posible… (Fragmentos,
p. 7.)
… ¿Qué precepto y cuál creencia expresan mejor la revolución
desencadenada por el triunfo del espíritu científico sobre el espíritu
religioso inventor de dioses? Nosotros insistimos en el hecho de que el
universo, en tanto que fuerza, no puede ser imaginado como ilimitado -nosotros
nos prohibimos el concepto de una fuerza infinita, por inconciliable con el
concepto de «fuerza»… (Voluntad de Poder, libro II, § 310.)
…Concebidas como siempre nuevas, hasta el infinito, las
mutaciones o los estados de una energía determinada representan una
contradicción, para toda magnitud o economía en el cambio que se le suponga, si
esta energía es eterna. Deberíamos sacar estas conclusiones: 1. O bien que su
actividad empezó en un momento determinado y que terminará en otro -pero un
comienzo en la actividad es absurdo, pues si la energía se encontrase en
equilibrio, ¡ella permanecería en ese estado perpetuamente! 2. O bien que no
sufre cambios siempre nuevos, hasta el infinito, sino que la sucesión cíclica de
un determinado número de tales cambios se desarrolla repitiéndose sin fin: la
actividad es eterna, pero el número de las cosas producidas y de los estados
energéticos es finito... (Fragmentos.)
Pero, por otro lado, la doctrina del
eterno retorno parece tener, asimismo (según algunos intérpretes, sobre todo y
hasta exclusivamente), un sentido “ético”. Así entendida, es el sí trágico y
dionisíaco a la vida pronunciado por el propio mundo, unido por supuesto a la
noción del amor fati. Esta doctrina
moral supone una importante reflexión sobre el tiempo que Nietzsche expone de
forma metafórica. Contra el sentimiento de un tiempo destructor y aniquilador
(representado Así habló Zaratustra
por un enano o «espíritu de la pesadez») de las potencialidades de la voluntad
de poder, Nietzsche reivindica la destrucción del sentido trascendente del
tiempo lineal judeocristiano (un tiempo orientado hacia un fin que trasciende
cada uno de sus momentos). Esto supone una crítica profunda de la oposición
habitual entre pasado y futuro: el instante no es un simple tránsito desde un
pasado hacia el futuro, sino que en él mismo se muestra el tiempo eterno[4].
En La gaya ciencia Nietzsche plantea por primera vez la doctrina del
eterno retorno de esta manera:
Vamos a suponer que cierto día o cierta noche, un demonio se
introdujera furtivamente en la soledad más profunda y te dijera: «Esta vida,
tal como tú la vives y la has vivido tendrás que vivirla todavía otra vez y aun
innumerables veces; y se te repetirá cada dolor, cada placer y cada
pensamiento, cada suspiro y todo lo indeciblemente grande y pequeño de tu vida.
Además, todo se repetirá en el mismo orden y sucesión... y hasta esta araña y
este claro de luna entre los árboles y lo mismo este instante y yo mismo. El
eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta siempre de nuevo, y
tú con él, corpúsculo de polvo». ¿No te echarías al suelo, rechinarías los
dientes y maldecirías al demonio que así te hablase? O puede que hayas tenido
alguna vez la vivencia de un instante prodigioso en el que responderías: «¡tú
eres un dios y nunca oí nada más divino!». Si aquel pensamiento llegase a
apoderarse de ti, te trasformaría como tú eres y acaso te aplastaría. Se
impondría como la carga más pesada en todo tu obrar la pregunta a cada cosa y a
cada paso: «¿quieres que se repita esto otra vez y aun innumerables veces?». O
¿cómo tendrías tú que ser bueno para ti mismo y para la vida, no aspirando a
nada más que a confirmar y sellar esto mismo eternamente?[5]
Este pensamiento parece que Nietzsche
lo expone, nuevamente, en Así habló
Zaratustra, de manera metafórica. Así en el capítulo titulado De la visión y el enigma, Zaratustra
tiene una visión en la que aparece la figura de un pastor atenazado por una
serpiente, y ante cuya situación el mismo Zaratustra le conmina a morder la
cabeza de la serpiente. El pastor está aterrorizado y paralizado por el asco,
pero cuando finalmente corta la cabeza de la serpiente con sus propios dientes
se libra de la opresión. Esta imagen representa la liberación del aspecto
opresivo del tiempo; y la decisión de morder la serpiente es la representación
de afrontar valientemente lo vital. La repetición de lo mismo, si es realmente
de lo mismo es lo equivalente a afirmar que no se repite, pues en la repetición
lo mismo no sería lo mismo. Por ello significa que cada instante es único, pero
eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia. Es por esto
que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino prescriptiva: el
eterno retorno debe instituirse por medio de una decisión humana para que
realmente cada momento posea todo su sentido. El resentimiento contra la vida
nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y asumirla plenamente es aceptar
que todo lo que fue, fue porque así lo hemos querido, es decir, querer el
eterno retorno[6].
Entonces,
resumiendo, parece que podemos diferenciar dos interpretaciones claramente
distintas. La primera se sustenta en
argumento que se expresa casi de forma matemática: dado que la cantidad de
fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, el modo de
combinarse dicha fuerza para dar lugar a las cosas que podemos experimentar es
finito. Pero una combinación finita en un tiempo infinito está condenada a
repetirse de modo infinito. Luego todo se ha de dar no una ni muchas sino
infinitas veces. La segunda, sin embargo, entiende la tesis nietzscheana del eterno retorno como la expresión de la máxima reivindicación de la
vida, como una hipótesis necesaria para la reivindicación radical de la
vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada
permanente. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el
propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca (lo cual haría
imposible la aparición de otros instantes, de otros sucesos) sino porque se
repite sin fin.
A mi modo de ver estas interpretaciones se encaminan a lo que Nietzsche
quiso aludir con su idea fundamental del eterno retorno, pero en algún punto
pierden el rumbo y concluyen en argumentos que no coinciden con la propia filosofía
del autor.
Por un lado, creo que Nietzsche jamás estaría de acuerdo con presentar
una “verdad” que revele los secretos del tiempo, al estilo de una verdad
científica. Por otro, creo que tampoco predicaría moral, o enseñaría a vivir
bajo un tiempo supuestamente eterno. Aún imaginado que se trata de una
“formula” personal para vivir plenamente cada instante es ridícula en Nietzsche
–más bien así presentada parece ser un imperativo categórico Kantiano-.
Si Nietzsche se refiere al tiempo en su obra La voluntad de poder en los términos que lo hace es porque juega
con la insolencia y la desenvoltura. Insolencia porque no debemos olvidar que
cuando escribe la obra la filosofía estaba, si no en pleno kantismo, al menos
en plena eclosión del neokantismo. Y la idea de que el tiempo y el espacio no
son formas del conocimiento y son, por el contrario, algo así como rocas
primordiales sobre las cuales viene a fijarse el conocimiento, era una idea
absolutamente inadmisible.
Además, Nietzsche parece burlarse también del sentido trascendente del tiempo lineal.
Porque, suponiendo el tiempo infinito, encontramos que la cantidad de fuerza
total es limitada (no infinita), y el número de cambios, combinaciones y
desarrollos es muy grande, pero definido. Entonces se vuelve imposible pensar
el tiempo en forma lineal, porque siendo el tiempo infinito han tenido lugar ya
todos los desarrollos posibles, de modo que todo tiene que ser una
repetición.
Pero Nietzsche tampoco afirma la
circularidad del tiempo. El enano del Zaratustra nos dice que: “…todas las cosas derechas mienten. Toda
verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo…”[7].
La circularidad implica el hastío, la parálisis. Zaratustra tampoco acepta
la mera concepción cíclica del tiempo.
Retomo ahora mi punto de partida. ¿A
qué alude con el eterno retorno? ¿Por qué tanto misterio justamente en su idea
fundamental?
Es claro que el eterno retorno es el
fin de toda finalidad trascendente. Pero es mucho más que eso, es la
posibilidad del superhombre. En la tercera parte de Así habló Zaratustra, tras la predicación de la doctrina en la
plaza -con el tema fundamental del superhombre- y tras el anuncio de la
doctrina a los compañeros -que tiene como contenido la muerte Dios y la
voluntad de poder-, Zaratustra está en camino hacia su caverna de la montaña,
en camino hacia su última y suprema soledad, en la que se enfrenta a su
pensamiento más profundo –el eterno retorno- que significa su última
trasformación. [8].
La última transformación tiene lugar
cuando nos alejamos o superamos el problema del tiempo. Es claro que siempre se
ha pretendido entender al tiempo, descifrarlo o comprenderlo; es decir, siempre
constituyó un problema no del todo resuelto. El hombre ha cargado con la misión
de resolver esa incógnita siempre. De vivir en él o con él. Al hombre le pesa
el tiempo. El superhombre, en cambio, es aquel que no le interesa para nada el
tiempo entendido de esa manera, aquel que lo percibe y sigue adelante sabiendo
que tal vez siempre sea una incógnita, un tormento, un sin sentido. Frente al
tiempo aparece inevitablemente el nihilismo absoluto.
Nos dice Nietzsche:
No se abandona una posición
extrema por una posición moderada sino por otra igualmente extrema, pero
contraria. Y así es como la creencia en la inmortalidad absoluta de la
naturaleza, en su falta de sentido y de fin, se apodera de nosotros como una
pasión psicológicamente necesaria, cuando ya no puede mantenerse la creencia en
Dios y en un orden esencialmente moral del universo. El nihilismo aparece
entonces, pero no porque la desgana por la vida sea mayor que antes, sino
porque nos hemos vuelto desconfiados hacia todo tipo de «sentido» atribuido al
mal e incluso a la existencia. Una interpretación entre otras ha naufragado,
pero como se creyó que era la única interpretación posible, parece que la
existencia ya no tenga sentido, que todo sea en vano.
Queda por demostrar que
este «todo es en vano» caracteriza al nihilismo actual. La desconfianza
respecto a nuestros antiguos juicios de valor llega a plantear esa pregunta:
¿Todos los «valores» no serían medios de seducción destinados a prolongar la
comedia sin llegar nunca al desenlace? Si es verdad que «todo es en vano», si
no hay objetivo ni fin, la duración se convierte en el pensamiento más
paralizador, sobre todo si uno se siente engañado y sin la fuerza necesaria
para no dejarse engañar.
Consideremos ese
pensamiento en su forma más temible: la existencia tal como es, sin sentido ni
finalidad, pero inevitablemente retornando sobre sí, sin desembocar en la nada:
el Eterno Retorno[9].
El superhombre es aquel que, de
concebir al tiempo, lo hace bajo la fórmula del eterno retorno. Porque en él se
vislumbra la sensibilidad absurda. Negando toda metafísica (porque se distancia
de Kant y no admite la contradicción de un tiempo lineal) el tiempo no
representa en él una carga ni un problema. Y así, en el peor de los casos,
frente a la desesperante y tétrica pesadilla de la repetición que encierra el
eterno retornar, lo asume de forma desafiante, lo quiere. Los que saben vivir
aún cuando nada tiene sentido son los que verdaderamente pasaran al otro lado. No
siendo Dios logra vencer a su peor enemigo. Y cuando un diablo se haga presente
portando la idea ineludible, lo mirará y replicará sarcásticamente: “¡Eres un
Dios y nunca escuché nada más divino!”. Dará media vuelta y continuará su vida
como si nada.
[1] La determinación de la naturaleza del
tiempo (su estatus ontológico, sus propiedades, su relación con el espacio, su
cognoscibilidad, etc.), es, sin duda, uno de los núcleos centrales de todo el
pensamiento filosófico, e incluso se puede afirmar que toda la ontología
clásica ha sido, en su propia esencia, una filosofía del tiempo. Por otra
parte, en la medida en que la reflexión sobre el tiempo es también uno de los
elementos fundamentales de la ciencia, la concepción que se tenga de él aparece
como uno de los nexos básicos de unión entre el pensamiento filosófico y el
científico.
[2] Esto significa, claro está, una jerarquía
de sus ideas fundamentales.
[3] Vale aclarar que hay acuerdo en que el “eterno
retorno de lo mismo” no significa, al modo de las antiguas cosmologías que
predicaban la doctrina del gran año, la repetición de las cosas individuales,
aunque en La voluntad de poder formula Nietzsche su tesis como si se tratase
de una doctrina cosmológica.
[4] Pero esto tampoco supone afirmar la
circularidad del tiempo, como acaba confesando el enano del Zaratustra: “…todas las cosas derechas mienten. Toda
verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo…”, ya que dicha
circularidad, sin más, implica el hastío y la parálisis, en la medida en que
tiende a la plena determinación (ya que todo cuanto sucede debe volver a
suceder). Por ello, Zaratustra tampoco acepta la mera concepción cíclica del
tiempo, que todavía se basa en categorías de análisis tomadas del transcurso
temporal fragmentador. El eterno retorno es el fin de toda finalidad
trascendente: tanto de un fin en sentido escatológico -como el predicado por
las religiones que hablan de un juicio final-, como del fin de una
conflagración universal al final del ciclo del gran año.
[5] Friedrich Nietzsche, El Gay Saber, Narcea, Madrid 1973, p. 344-5.
[6] Desde esta perspectiva, la concepción
nietzscheana del eterno retorno ha sido considerada por Gilles Deleuze como la
base para la plena inversión del platonismo.
[7] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2009, p.
226.
[8] Eugen Fink, La Filosofía de Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid, 1976, p. 98
[9] Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, Península, Barcelona 1973, p.157-162.
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