El posthumanismo de Rosi Braidotti
El posthumanismo de Rosi Braidotti
Al
realizar un recorrido sobre los estudios filosóficos respecto de la idea de “hombre”,
se puede advertir que los pensadores que se ocuparon del tema abordaron la cuestión
según su propia perspectiva histórica. Así, mientras que para los presocráticos el hombre, en su aspecto subjetivo, era un sujeto
cognoscente, moral y político, y en su aspecto objetivo una porción del cosmos,
para los creyentes cristianos es una unidad indivisible, dotada de alma y
espíritu, cuya mente funciona de manera racional.
Asimismo, el racionalismo de la modernidad postuló un
hombre con conciencia de sí mismo, con capacidad para reflexionar sobre su
propia existencia, sobre su pasado, su presente, y sobre aquello que proyecta
en su futuro, así como para discernir entre aquello que en una escala de
valores se le presenta como lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, o
lo justo y lo injusto. Sin embargo, ya hace algún tiempo que el
ideal del Hombre, con mayúsculas, en tanto sujeto trascendental racional
moderno, viene siendo puesto en duda.
Rosi
Braidotti, en su libro titulado “Lo Posthumano”, bajo esta línea, cuestiona el
ideal clásico del Hombre, identificado por Protágoras como «la medida de todas
las cosas», y luego elevado por el Renacimiento italiano a nivel de modelo
universal (representado por Leonardo da Vinci en el Hombre vitruviano). Según
la filósofa ese ideal simboliza la imagen de la perfección corporal, y una
serie de valores intelectuales, discursivos y espirituales vinculados con el
emblema evolucionista.
Para
ella, e l problema es que, todos juntos, esos valores, postulan una precisa
concepción de lo humano y de la humanidad, aseverando con inquebrantable
seguridad la ilimitada capacidad de alcanzar la perfección individual y
colectiva por medio de ese modelo. Esa imagen icónica es el símbolo de la
doctrina del humanismo, que interpreta la potenciación de las opacidades
humanas biológicas, racionales y morales a la luz del concepto de progreso
racional, orientado teleológicamente.
Para
la autora italiana ese modelo fija los estándares no sólo de los individuos,
sino también de sus culturas. Por eso, explica, el humanismo se ha desarrollado
históricamente corno un modelo de civilización, que ha plasmado la idea de
Europa como coincidente con los poderes universalizantes de la razón
autorreflexiva.
Ese
paradigma eurocéntrico, sostiene, implica la dialéctica entre el ego y el otro,
además de la lógica binaria de la identidad y la alteridad, en calidad motores
de la lógica cultural del humanismo universal. En este sentido, es central, por
esta actitud universalista y por su lógica binaria, la noción de “diferencia”,
entendida en sentido peyorativo. El sujeto equivale a la conciencia, a la racionalidad
universal y al comportamiento ético autodisciplinante, mientras que la
alteridad es definida como su contraparte negativa y especular. Cuando la
palabra diferencia significa inferioridad, ésta asume connotaciones
esencialistas y letales desde el punto de vista las personas marcadas como “otras”.
Éstos son los otros sensualizados, racializados y naturalizados, reducidos al
estado no humano de cuerpos de usar y tirar. Por eso, a pesar de que nosotros
somos todos humanos, a veces parece que algunos son más mortales que otros.
Ahora
bien, Braidotti sostiene que durante los años sesenta y setenta la nueva
izquierda estadounidense se caracterizó por las radicales instancias
antihumanistas, que se difundieron en contraste al liberalismo predominante, pero
también en contraste con el marxismo humanista de la izquierda tradicional. Por
eso el antihumanismo ha arraigado en la escena intelectual estadounidense en parte
a causa de la difusa repulsión suscitada por la guerra en Vietnam. Esta
aversión ha implicado también el surgimiento de un movimiento de resistencia
contra el racismo y, en general, el imperialismo, además de contra las pedantes
disciplinas humanistas que durante años habían representado un ejemplo de
actitud apolítica, ajena al mundo, deliberadamente ignorante del presente, y a
los efectos a veces manipuladores, siempre resuelto a celebrar virtudes del
pasado.
Así,
durante los años 60, influidos por las teorías marxistas, los filósofos
comprendieron que el triunfo de la razón coincidía con el ascenso de poderes
prevaricadores, manifestando así la complicidad de la razón filosófica hacia
las prácticas cotidianas de injusticia social. Sin embargo, siguieron
defendiendo la idea de razón universal y recurriendo al método dialéctico para
la resolución de tales contradicciones. Esta aproximación metodológica,
mientras se muestra crítica respecto de los modelos hegemónicos de apropiación
violenta y subsunción de los otros, estima, al mismo tiempo, la función de la
filosofía como un medio privilegiado y culturalmente hegemónico de análisis
político.
Para
Braidotti ese universalismo humanista, asociado al énfasis del constructivismo
social sobre el hombre-artefacto y la naturaleza históricamente variable de las
injusticias sociales, aprontó el terreno para una sólida ontología política.
Por ejemplo, el feminismo emancipador de De Beauvoir se fundó en el principio
humanista de que «la mujer es la medida de todas las cosas femeninas” y de que,
para ser responsable de sí misma, una filosofa feminista necesita ser
responsable de la situación de cada mujer.
De
este modo, la premisa teorética del feminismo humanista es la noción
materialista del cuerpo encarnado, cosa que nos indica los presupuestos de un
nuevo y más preciso análisis del poder. Estos presupuestos se han articulado a
partir de una crítica radical del universalismo machista, pero son aún
dependiera tes de una forma de humanismo activo y proclive a la igualdad.
El
antihumanismo emergió como un grito de batalla desde la “generación
posestructuralista”, que fueron un grupo de intelectuales postcomunistas que
abandonaron el método dialéctico para desarrollar un tercer modo de
aproximación a los cambios en la noción de subjetividad humana. La muerte del
hombre anunciada por Foucault formalizó una crisis epistemológica y moral que fue
mucho más allá de las oposiciones binarías, cortando en diferentes puntos el
espectro político. Se apuntó al implícito humanismo del marxismo, en particular
a la arrogante pretensión humanista de continuar poniendo al Hombre en el
centro de la historia mundial. Incluso el marxismo, en su carácter de principal
teoría materialismo histórico, ha seguido definiendo el sujeto del pensamiento
europeo como unívoco y hegemónico y asignándole (el género no es una
coincidencia) el papel de motor real de la historia humana.
Por
eso para Braidotti el antihumanismo consiste en desconectar el agente humano de
su posición universalista, reclamándolo a rendir cuentas de, y a explicar, las
acciones concretas que está emprendiendo. Una vez que el sujeto, antes
dominante, se ha desvinculado de sus desilusiones de grandeza y ya no es el
presunto responsable del progreso histórico, emergen diferentes y más nítidas
relaciones de poder.
Los pensadores radicales de la generación post
1968 rechazaron el humanismo, sea en su versión clásica, sea en aquella socialista.
El ideal de Hombre vitruviano como modelo de perfección y mejora fue
literalmente derribado de su pedestal y deconstruido. En efecto, este ideal
humanista representa el núcleo de la concepción liberal-individualista del
sujeto, que define la perfectibilidad en términos de autonomía y
autodeterminación. Y éstas son precisamente las peculiaridades que los
postestructuralistas impugnaban.
Se
descubrió que este Hombre, lejos de ser el canon de proporción perfectas, si
bien anunciaba un ideal universalista que había alcanzado el estatuto de ley
natural, era de hecho un concepto histórico y como tal era contingente y
variable respecto de los valores y los lugares. El individualismo no es un
componente innato de la naturaleza humana, como los pensadores liberales están
dispuestos a creer, sino más bien formación discursiva específica desde el
punto de vista histórico y cultural, una formación que, además, se está
volviendo cada vez más problemática.
Braidotti
explica que algunas filósofas feministas han evidenciado que el presunto ideal
abstracto de hombre, símbolo del humanismo clásico, es en realidad el verdadero
macho de la especie: es un él. Además, es blanco, europeo, guapo y de
inteligencia normal. Qué puede tener en común, ese modelo ideal con la media de
los numerosos miembros de la especia la civilización que se supone que
representa es una cuestión abierta. Las críticas feministas a los sistemas
patriarcales que actúan por medio de la masculinidad abstracta y blancura
triunfante argumentan que el humanismo universalista es una plausible diana de
objeciones no sólo epistemológicas, sino también éticas y políticas.
Los
pensadores anticolonialistas adoptaron una actitud crítica similar
problematizando la primacía de la blancura como canon de belleza estética en el
ideal vitruviano. Encontrando las raíces de nobles afirmaciones en la historia
del colonialismo, los pensadores anticolonialistas y antirracistas han
explícitamente puesto en cuestión la relevancia del ideal humanista, a la luz
de las obvias contradicciones impuestas por sus presupuestos eurocéntricos. El
pensamiento poscolonial asegura que si el humanismo tiene, después de todo, un
futuro, éste proviene de fuera del mundo occidental, y supera los límites del eurocentrismo,
Pero, la pregunta entonces es: ¿se puede “salvar” al humanismo fuera del mundo
occidental?
Los
filósofos postestructuralistas franceses persiguieron el mismo objetivo que
aquellos postcoloniales, pero a través de caminos y medios diferentes. En el
período posterior al colonialismo (en Auschwitz, en Hiroshima y en los Gulag,
para nombrar sólo algunos de los horrores de la historia moderna), los
europeos, necesitaron elaborar una crítica de la ilusión de omnipotencia
consistente en ponerse como guardianes morales del mundo y motores de la
evolución humana. Así, la generación filosófica de los años setenta, fue
antifascista, postcomunista, postcolonial y posthumanista, con una variedad de
diversas combinaciones entre los términos. Esta ha llevado al rechazo de la
definición de identidad clásica humanista, la racionalidad y lo universal. Las
filosofías feministas de la diferencia sexual, a través del espectro de la
crítica de la masculinidad dominante, han subrayado, además, la naturaleza
etnocéntrica de la aspiración europea al universalismo.
Este
itinerario genealógico que traza Braidotti muestra que el antihumanismo es uno
de los senderos históricos y teóricos que puede conducir a lo posthumano. Lo
humano del humanismo no es un ideal, ni una estática media objetiva o mediador
necesario. Enuncia un modelo sistematizado gracias al cual todos los demás
pueden ser valorados, reglamentados y asignados a una definitiva posición
social. Lo humano es una convención normativa, no intrínsecamente negativa,
pero con un elevado poder reglamentario y, por ende, instrumental a las
prácticas de exclusión y discriminación. El estándar humano representa la
regularidad, la regulación y la reglamentación. Funciona transponiendo un
particular modo de ser humano en un modelo generalizado, que es categórica
cualitativamente distinto de los otros sexualizados, racionalizados y
naturalizados y en oposición a los artefactos tecnológicos. Lo humano el
concepto histórico que ha sabido consolidar una convención social torno a su
“naturaleza humana”.
El
antihumanismo de Braidotti la conduce a no compartir el sujeto unitario del
humanismo, incluidas sus variantes socialistas, y a sustituirlo por un sujeto
más complejo y racional, caracterizado principalmente por la encarnación, la
sexualidad, la afectividad, la empatía y el deseo. Por eso, para ella, el
posthumanismo es la condición histórica que marca el fin de la oposición entre
humanismo y antihumanismo. Es este sentido, designa un contexto discursivo
diferente, mirando de un modo más propositivo nuevas alternativas. Su
perspectiva posthumana se basa en la hipótesis histórica de la decadencia del
humanismo, pero va también más allá para explorar nuevas alternativas, sin por
eso recaer en la retórica antihumanista de “la crisis del Hombre”.