jueves, septiembre 12, 2019

El posthumanismo de Rosi Braidotti




El posthumanismo de Rosi Braidotti

Al realizar un recorrido sobre los estudios filosóficos respecto de la idea de “hombre”, se puede advertir que los pensadores que se ocuparon del tema abordaron la cuestión según su propia perspectiva histórica. Así, mientras que para los presocráticos el hombre, en su aspecto subjetivo, era un sujeto cognoscente, moral y político, y en su aspecto objetivo una porción del cosmos, para los creyentes cristianos es una unidad indivisible, dotada de alma y espíritu, cuya mente funciona de manera racional.
Asimismo, el racionalismo de la modernidad postuló un hombre con conciencia de sí mismo, con capacidad para reflexionar sobre su propia existencia, sobre su pasado, su presente, y sobre aquello que proyecta en su futuro, así como para discernir entre aquello que en una escala de valores se le presenta como lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, o lo justo y lo injusto. Sin embargo, ya hace algún tiempo que el ideal del Hombre, con mayúsculas, en tanto sujeto trascendental racional moderno, viene siendo puesto en duda.
Rosi Braidotti, en su libro titulado “Lo Posthumano”, bajo esta línea, cuestiona el ideal clásico del Hombre, identificado por Protágoras como «la medida de todas las cosas», y luego elevado por el Renacimiento italiano a nivel de modelo universal (representado por Leonardo da Vinci en el Hombre vitruviano). Según la filósofa ese ideal simboliza la imagen de la perfección corporal, y una serie de valores intelectuales, discursivos y espirituales vinculados con el emblema evolucionista.
Para ella, e l problema es que, todos juntos, esos valores, postulan una precisa concepción de lo humano y de la humanidad, aseverando con inquebrantable seguridad la ilimitada capacidad de alcanzar la perfección individual y colectiva por medio de ese modelo. Esa imagen icónica es el símbolo de la doctrina del humanismo, que interpreta la potenciación de las opacidades humanas biológicas, racionales y morales a la luz del concepto de progreso racional, orientado teleológicamente.
Para la autora italiana ese modelo fija los estándares no sólo de los individuos, sino también de sus culturas. Por eso, explica, el humanismo se ha desarrollado históricamente corno un modelo de civilización, que ha plasmado la idea de Europa como coincidente con los poderes universalizantes de la razón autorreflexiva.
Ese paradigma eurocéntrico, sostiene, implica la dialéctica entre el ego y el otro, además de la lógica binaria de la identidad y la alteridad, en calidad motores de la lógica cultural del humanismo universal. En este sentido, es central, por esta actitud universalista y por su lógica binaria, la noción de “diferencia”, entendida en sentido peyorativo. El sujeto equivale a la conciencia, a la racionalidad universal y al comportamiento ético autodisciplinante, mientras que la alteridad es definida como su contraparte negativa y especular. Cuando la palabra diferencia significa inferioridad, ésta asume connotaciones esencialistas y letales desde el punto de vista las personas marcadas como “otras”. Éstos son los otros sensualizados, racializados y naturalizados, reducidos al estado no humano de cuerpos de usar y tirar. Por eso, a pesar de que nosotros somos todos humanos, a veces parece que algunos son más mortales que otros.
Ahora bien, Braidotti sostiene que durante los años sesenta y setenta la nueva izquierda estadounidense se caracterizó por las radicales instancias antihumanistas, que se difundieron en contraste al liberalismo predominante, pero también en contraste con el marxismo humanista de la izquierda tradicional. Por eso el antihumanismo ha arraigado en la escena intelectual estadounidense en parte a causa de la difusa repulsión suscitada por la guerra en Vietnam. Esta aversión ha implicado también el surgimiento de un movimiento de resistencia contra el racismo y, en general, el imperialismo, además de contra las pedantes disciplinas humanistas que durante años habían representado un ejemplo de actitud apolítica, ajena al mundo, deliberadamente ignorante del presente, y a los efectos a veces manipuladores, siempre resuelto a celebrar virtudes del pasado.
Así, durante los años 60, influidos por las teorías marxistas, los filósofos comprendieron que el triunfo de la razón coincidía con el ascenso de poderes prevaricadores, manifestando así la complicidad de la razón filosófica hacia las prácticas cotidianas de injusticia social. Sin embargo, siguieron defendiendo la idea de razón universal y recurriendo al método dialéctico para la resolución de tales contradicciones. Esta aproximación metodológica, mientras se muestra crítica respecto de los modelos hegemónicos de apropiación violenta y subsunción de los otros, estima, al mismo tiempo, la función de la filosofía como un medio privilegiado y culturalmente hegemónico de análisis político.  
Para Braidotti ese universalismo humanista, asociado al énfasis del constructivismo social sobre el hombre-artefacto y la naturaleza históricamente variable de las injusticias sociales, aprontó el terreno para una sólida ontología política. Por ejemplo, el feminismo emancipador de De Beauvoir se fundó en el principio humanista de que «la mujer es la medida de todas las cosas femeninas” y de que, para ser responsable de sí misma, una filosofa feminista necesita ser responsable de la situación de cada mujer.
De este modo, la premisa teorética del feminismo humanista es la noción materialista del cuerpo encarnado, cosa que nos indica los presupuestos de un nuevo y más preciso análisis del poder. Estos presupuestos se han articulado a partir de una crítica radical del universalismo machista, pero son aún dependiera tes de una forma de humanismo activo y proclive a la igualdad.
El antihumanismo emergió como un grito de batalla desde la “generación posestructuralista”, que fueron un grupo de intelectuales postcomunistas que abandonaron el método dialéctico para desarrollar un tercer modo de aproximación a los cambios en la noción de subjetividad humana. La muerte del hombre anunciada por Foucault formalizó una crisis epistemológica y moral que fue mucho más allá de las oposiciones binarías, cortando en diferentes puntos el espectro político. Se apuntó al implícito humanismo del marxismo, en particular a la arrogante pretensión humanista de continuar poniendo al Hombre en el centro de la historia mundial. Incluso el marxismo, en su carácter de principal teoría materialismo histórico, ha seguido definiendo el sujeto del pensamiento europeo como unívoco y hegemónico y asignándole (el género no es una coincidencia) el papel de motor real de la historia humana.
Por eso para Braidotti el antihumanismo consiste en desconectar el agente humano de su posición universalista, reclamándolo a rendir cuentas de, y a explicar, las acciones concretas que está emprendiendo. Una vez que el sujeto, antes dominante, se ha desvinculado de sus desilusiones de grandeza y ya no es el presunto responsable del progreso histórico, emergen diferentes y más nítidas relaciones de poder.
 Los pensadores radicales de la generación post 1968 rechazaron el humanismo, sea en su versión clásica, sea en aquella socialista. El ideal de Hombre vitruviano como modelo de perfección y mejora fue literalmente derribado de su pedestal y deconstruido. En efecto, este ideal humanista representa el núcleo de la concepción liberal-individualista del sujeto, que define la perfectibilidad en términos de autonomía y autodeterminación. Y éstas son precisamente las peculiaridades que los postestructuralistas impugnaban.
Se descubrió que este Hombre, lejos de ser el canon de proporción perfectas, si bien anunciaba un ideal universalista que había alcanzado el estatuto de ley natural, era de hecho un concepto histórico y como tal era contingente y variable respecto de los valores y los lugares. El individualismo no es un componente innato de la naturaleza humana, como los pensadores liberales están dispuestos a creer, sino más bien formación discursiva específica desde el punto de vista histórico y cultural, una formación que, además, se está volviendo cada vez más problemática.
Braidotti explica que algunas filósofas feministas han evidenciado que el presunto ideal abstracto de hombre, símbolo del humanismo clásico, es en realidad el verdadero macho de la especie: es un él. Además, es blanco, europeo, guapo y de inteligencia normal. Qué puede tener en común, ese modelo ideal con la media de los numerosos miembros de la especia la civilización que se supone que representa es una cuestión abierta. Las críticas feministas a los sistemas patriarcales que actúan por medio de la masculinidad abstracta y blancura triunfante argumentan que el humanismo universalista es una plausible diana de objeciones no sólo epistemológicas, sino también éticas y políticas.
Los pensadores anticolonialistas adoptaron una actitud crítica similar problematizando la primacía de la blancura como canon de belleza estética en el ideal vitruviano. Encontrando las raíces de nobles afirmaciones en la historia del colonialismo, los pensadores anticolonialistas y antirracistas han explícitamente puesto en cuestión la relevancia del ideal humanista, a la luz de las obvias contradicciones impuestas por sus presupuestos eurocéntricos. El pensamiento poscolonial asegura que si el humanismo tiene, después de todo, un futuro, éste proviene de fuera del mundo occidental, y supera los límites del eurocentrismo, Pero, la pregunta entonces es: ¿se puede “salvar” al humanismo fuera del mundo occidental?
Los filósofos postestructuralistas franceses persiguieron el mismo objetivo que aquellos postcoloniales, pero a través de caminos y medios diferentes. En el período posterior al colonialismo (en Auschwitz, en Hiroshima y en los Gulag, para nombrar sólo algunos de los horrores de la historia moderna), los europeos, necesitaron elaborar una crítica de la ilusión de omnipotencia consistente en ponerse como guardianes morales del mundo y motores de la evolución humana. Así, la generación filosófica de los años setenta, fue antifascista, postcomunista, postcolonial y posthumanista, con una variedad de diversas combinaciones entre los términos. Esta ha llevado al rechazo de la definición de identidad clásica humanista, la racionalidad y lo universal. Las filosofías feministas de la diferencia sexual, a través del espectro de la crítica de la masculinidad dominante, han subrayado, además, la naturaleza etnocéntrica de la aspiración europea al universalismo.
Este itinerario genealógico que traza Braidotti muestra que el antihumanismo es uno de los senderos históricos y teóricos que puede conducir a lo posthumano. Lo humano del humanismo no es un ideal, ni una estática media objetiva o mediador necesario. Enuncia un modelo sistematizado gracias al cual todos los demás pueden ser valorados, reglamentados y asignados a una definitiva posición social. Lo humano es una convención normativa, no intrínsecamente negativa, pero con un elevado poder reglamentario y, por ende, instrumental a las prácticas de exclusión y discriminación. El estándar humano representa la regularidad, la regulación y la reglamentación. Funciona transponiendo un particular modo de ser humano en un modelo generalizado, que es categórica cualitativamente distinto de los otros sexualizados, racionalizados y naturalizados y en oposición a los artefactos tecnológicos. Lo humano el concepto histórico que ha sabido consolidar una convención social torno a su “naturaleza humana”.
El antihumanismo de Braidotti la conduce a no compartir el sujeto unitario del humanismo, incluidas sus variantes socialistas, y a sustituirlo por un sujeto más complejo y racional, caracterizado principalmente por la encarnación, la sexualidad, la afectividad, la empatía y el deseo. Por eso, para ella, el posthumanismo es la condición histórica que marca el fin de la oposición entre humanismo y antihumanismo. Es este sentido, designa un contexto discursivo diferente, mirando de un modo más propositivo nuevas alternativas. Su perspectiva posthumana se basa en la hipótesis histórica de la decadencia del humanismo, pero va también más allá para explorar nuevas alternativas, sin por eso recaer en la retórica antihumanista de “la crisis del Hombre”.